Como un niño pequeño, escondido tras las gruesas y vaporosas cortinas de la casa de su abuela,
al principio, la aventura de no ser visto es tan emocionante
que solo cuando comienza a faltarte el aire
y percibes que no puedes con el peso de semejantes paños
que te asustas y caes en cuenta de que te encuentras atrapado.
Te desesperas, la tela se vuelve aún mas pesada
suspiras... tienes miedo, hace demasiado calor pero,
al mismo tiempo tus manos están heladas, el corazón palpita muy rápido
estar asfixiándose presionado contra una pared es desesperante;
no puedes gritar, no puedes correr, tu desesperación y tu falta de fuerza
son tus enemigos.
Comienzas a llorar porque el pánico te ha enredado
te reprochas, ¿cómo se te ha ocurrido envolverte en ese monstruo textil?
ni siquiera habías observado lo alta, lo extensa y pesadas que eran
hasta ese momento.
Llorando te vuelves aún más pequeño
y el calor aumenta junto con la resignación de perecer atrapado.
Los oídos te zumban,
abatido en el suelo pones tus ojos lagrimosos contra tus rodillas
y abrazas tus piernas como un naufrago a su salvavidas,
y es en este auto abrazo extenuado donde un halo de luz te dice
que esas piernas, aunque pequeñas y temblorosas
son sólidas y mucho mas firmes que esas cortinas.
Te secas las lágrimas, te incorporas, abres los ojos y gritas,
¡no puedo dejarme vencer sin luchar!
esos escuálidos brazos infantiles se enfilan contra las telas
con deditos ávidos de apartar ese trapero,
y allí se gesta la lucha por desatraparte
gimes, suspiras, tomas más aire,
tus manitas no dejan de apartar y apartar tela
mientras tu mente solo dice, ¡tengo que salir de aquí!
y lo logras... sales, inhalas aire fresco, ¡eres libre!
das media vuelta y de arriba a abajo le dices a tu carcelera
después de todo no eres tan grande.
Irnixs Flores
